Ana comenzó su primer día de escuelita el lunes. Con año y nueve meses pareciera temprano pero, cuando la alternativa es que se quede en casa siguiendo a la nana y la escoba, pues definitivamente es más estimulante que vaya a un centro infantil. Aunque su primera impresión fue: A mí, esto, no me hace mucha gracia…
Por el ser el primer día de escuela, el lunes la llevé yo. La acompañé un rato adentro de su salón hasta que las teachers, basicamente, me sacaron de las orejas. Ahí afuera me quedé junto con otras dos madres que, igual que yo, estábamos pendientes al borde de la histeria en la sala de recepción.
Eso eran llantos múltiples de pura histeria colectiva y yo me la pasé con todos los músculos tensos como las cuerdas de violín, a la escucha de que fuera el «¡Memé!» o «Mamííííí» de Ana. Afilaba el oído… me pegaba a las puertas… le preguntaba por Ana a quien saliera del salón… espichaba mi nariz contra el vidrio para ver por una minirendija que hay… caminaba de un lado a otro como león enjaulado… compartía el estrés con las otras dos mamás… me mordía los labios… fruncía el entrecejo -voy a necesitar doble tanda de botox-… y volvía a intentar ver o escuchar a mi hija… Que nervios ¡por Dios!
Ana lloró pero se calmó al rato y jugó bien, pero lo que es yo ¡quedé hecha polvo! No se me cayó el pelo -o me lo arranqué yo misma- de milagro. Cuando anocheció se me vino encima un agotamiento ¡del tamaño de una catedral!
Así los últimos tres días…Toda una ruleta rusa de emociones pero le va tomando el ritmo…Creo…
Proyecto: Comienzo de escuelita… ¡Misión cumplida!
…casi que no, pero…¡sobreviví!
Próximo proyecto… El bus…