Había una vez, hace muuucho tiempo, una chica que recibía muuuuchas invitaciones para inauguraciones, lanzamientos y eventos y las ponía en un tablero que siempre estaba sobrecargado.
Esta chica se casó, se fue a vivir a Bocas del Toro, después comenzó a reproducirse con dos hijas y hasta ahí llegaron las invitaciones y, por ende, el tablero. Ahora, las que recibe son casi siempre para las niñas y las pone en la nevera (para las solteras la nevera no es el lugar de referencia ¡los restaurantes son los lugares de referencia!). Así que cuando recibí para el pasado miércoles una invitación «para mí» y «de adultos» me sentí como la chica tímida del salón a la que invitan al Prom Night, y encima era una degustación de Dom Périgon ¡con lo champañera que soy yo! eso fue como sí, además, fuera invitada al Prom Night ¡por el chico guapo! Daba brinquitos de la dicha como una boba.
Mi marido, por cuestiones de trabajo acababa de llegar de un viaje pesadísimo, me echó como tres indirectas para que no fuéramos
– ¿Que qué? ¡Ni hablar! yo voy ¡aunque sea sola!
– Ok, Ok, no hay que poner se así, te acompaño…
Y fuimos y la pasamos bien. Me iba yo a dejar planchar el prom night…. Con el añito que llevo y lo bien merecidas que me tenía esas copitas…
Qué fue media hora, pues fue media hora. Qué fueron dos copas, pues fueron dos copas. Qué supieron a gloria, pues sí, me supieron a gloria. Gracias a Patricia y Ana María porque esa salidita de la rutina, airear los tacones y pintarme el morro de rojo me vino ¡de película!… Todavía estoy contenta, con el resfriado de caballo que tengo y todo…