Para que se rían un rato, a aquellos que se perdieron mi escrito en la Revista Soho de Diciembre se los comparto…
Lo que me irrita del desaseo de los hombres
Cada una tiene una opinión muy personal de hasta donde está dispuesta a ceder con un hombre en diferentes materias, en el desaseo yo tengo bastante definidas mis zonas de peligro y mis fronteras, más para este escrito, hice una pequeña indagatoria con otras chicas. Mi opinión no se desvía mucho de lo censado en mi grupo de investigación. Para que lo sepan: el exceso de olor corporal-por decirlo de algún modo- puede hacer perder los estribos a más de una.
En mi caso, unos más que otros, pueden provocarme querer arrancarte los ojos y aquí les expongo mi lista en nivel ascendente de lo que me va sacando de quicio.
Del golpe de ala a la cebollina.
El olor a sudor tienta su suerte conmigo en diferentes grados, en algún caso aislado y remoto si un Brad Pitt (aunque soy más bien del tipo George Clooney) me viene con un olor a vencido esporádico se lo podría tolerar -en el nombre del amor, la confianza y esas cosas- pero, ojo, que así de guapo, divertido o ingenioso tienes que ser para pasar ileso por ese aro.
La cosa se va saliendo más de sus casillas cuando es el olor agrio de “sudé esta camiseta hasta empaparla pero como ya se secó no me la cambio”. Mis queridos hombres, ese olor rancio con deje a cebollina y cara de disimulo en plan “a ver si cuela” se va acercando más a la cochinada imperdonable. No, no cuela, si no te dio tiempo para el baño por lo menos ¡cámbiate la camiseta!
El jabón, el champú y el desodorante se inventaron hace demasiado tiempo como para no incluirlos en tu rutina diaria y, ya puestos en enumerar productos higiénicos, recordemos que la primera pasta de dientes de la que se tiene conocimiento la usaban los Egipcios hace 4,000 mil años, por lo que no hay excusa para lo siguiente.
El aliento de dragón.
Seguro voy a salir corriendo ante ese aliento que dice a leguas que tienes una carie del tamaño de un cráter lunar y, si no cierras la boca, vas a matar a todo ser viviente a dos kilómetros a la redonda en onda expansiva. Curiosamente ese es el prototipo de hombre que tiende a hablarte invadiendo más tu espacio de confort (¿o sólo lo parece?) mientras una ve como aguanta la respiración hasta el borde del desmayo.
Mientras ese tipo de aliento me parece lo más anti-catre del mundo (en serio ¿con ese olor emanando de tu boca aun tienes expectativas de que pase algo?), me pone de peor genio el que anda paseando su aliento de recién levantado más allá de media hora después de dejar la cama, con la encía blanquecina incluida. ¡Hora de lavarse los dientes! ¡Punto!
Ahora sí, aquí viene el colmo de los colmos, lo inigualable e inaguantable, el abuso, el ultraje, el descaro y el exceso imperdonable…
El pedo de tortuga.
Para entender bien la magnitud de este atropello tenemos que visualizar una tortuga, el caparazón cóncavo y cerrado de una tortuga. Lugar herméticamente sellado cuando ésta tiene su cabeza adentro. Porque es entonces, cuando uno está en una situación similar de espacio confinado y reducido con poca, o nula salida posible, que el trasgresor hace la gracia de soltar una emisión corporal capaz de derretir lo plásticos.
A ver, soy consciente de que nadie tiene rosas por el tracto intestinal pero, por favor, ¿en que momento pensaron que eso podría ser aceptable?
Esta situación, que sobrepasa lo permitido en el nombre del amor o la confianza, suele darse en sitios como el auto, donde provoca abrir la puerta sin importar precipicio, velocidad u otros carros con tal de poder salir de ahí. Porque en ese momento las ventanas suelen estar trancadas con el seguro de niños, no se atina entre tantos botones a apretar el que toca o, simplemente, no se cree capaz de sobrevivir hasta que el vidrio baje por completo.
Está también el del elevador, apenas se cierran las puertas empiezas a notar un olor extraño, cuando realizas qué ha sido tus rodillas flaquean, comienzas a desvanecerte y al momento que, finalmente, se abren de nuevo las puertas te arrastras como puedes fuera del ascensor con la piel verde, la lengua afuera y los ojos desorbitados. Y por lo general los hombres lo encuentran de lo más gracioso lo que los anima al siguiente.
El pedo de tortuga bajo las sábanas. No importa que magnifico haya sido tu desempeño hasta sólo hace un minuto o que tan enamorada se esté de ti, en el momento en que lanzas uno de estos cruzaste la frontera. La peligrosa frontera del recuerdo. Ya nunca más serás el hombre que recordemos como el que llegó hasta el séptimo polvo. Por siempre serás ¡apúntalo! : el abusador que se hecho el pedo de tortuga bajo las sabanas.
Paola Schmitt para la Revista Soho — Diciembre 2013