La otra noche estaba con Mar en el proceso de lavarse los dientes cuando veo a menos de un metro nuestro una cucaracha de tamaño jurásico.
En otras circunstancias la perseguidera se hubiera vuelto un número de circo. Yo saltando zapato en mano (preferiblemente de mi marido porque paso de tener tripas en la suela de un zapato mío), gritando y haciendo aspavientos tirando chancletazos a los cuatro vientos para tener un ataque de repelús con escalofríos y muecas apenas le hubiera dado al objetivo, al cual dejaría debajo del zapato porque una cosa es darle muerte y otra recoger el cadáver. Pero, claro, esta vez estaba enfrente de mi hija y mi reacción sentaría un precedente en sus reacciones (si es que esto de la educación continua es una caca).
Haciendo de tripas corazón y como si fuera parte de la rutina de cualquier día, con una calma budista que me sale en estas situaciones, le dije mientras me sacaba la chancleta:
– Mar, hazte a un lado por favor.
Por suerte me tocó una cucaracha o pendeja o borracha porque de un toque la saqué del escondite y de un chancletazo contundente la mande a… bueno, a donde sea que vayan las cucarachas cuando se las aplasta…
A Mar los ojos se le pusieron redondos como platos mientras yo pretendía que no se me atoraba el estómago y los ojos se me querían ir en blanco al sonido indiscutible de las tripas saliéndose del bicho.
– No pasó nada Mar, es sólo una cucaracha que debió entrar volando y como son bastante «güakis» mejor es matarla.
– Ok, mami… -y curiosamente lo aceptó como algo de lo más normal.
Ahora bien, si hasta ahí fui valiente al punto de dejar a la pelirroja de Disney como una mojigata, con lo siguiente me superé a mi misma con creces.
Con una bola de papel higiénico ¡¡recogí al bicho por la antena y lo tiré por inodoro!! A ver, repito por si no quedo claro: RECOGÍ EL CADAVER DE LA CUCARACHA DESTRIPADA DE UNA ANTENA y lo tiré al inodoro. Todo con una calma como quien levanta del piso una chincheta para botarla al basurero, conversando de otra cosa.
Surtió efecto porque Mar miró todo sin alterarse en lo mas mínimo, ella bajó la cadena y volvió a subirse al banquillo a terminar con sus dientes e irse a dormir como si nada fuera de lo común hubiera ocurrido ni darle la menor importancia al asqueroso asesinato que yo había llevado a cabo (con mi propio zapato).
Cuando finalmente se durmió y regresé a mi cuarto me di el gusto de brincar, chillar, tener todos los escalofríos y hacer todas las muecas repulsivas que había fríamente controlado hasta hace un momento porque, eso sí…