Hay personas que opinan que la nana es un bastón en nuestras vidas (hablo de las madres, los padres de estas cosas muchas veces ni se enteran). Pues bien, eso no es cierto, la nana no es un bastón en quienes nos ayudamos para andar por la vida. La nana es una de las piernas y, si las cosas con ella no van bien, nosotras andamos es ¡a trompicones!
Desde diciembre el tema de las nanas a mí me tiene hasta las narices. Decidí romper relaciones con la que fue la nana de mis hijas por casi dos años y, tomar la decisión final y llevarla a cabo, me dio un stress digno de divorcio. Yo estaba bastante hasta el moño pero, claro, pensar en como afectaría a mis hijas y bla, bla, bla, me tuvo en tres meses en los que me retorcí el cerebro y el stress se me manifestó físicamente al punto de que ya no recordaba que era vivir sin un dolor en algún lado.
Después de esa nana tuve otra a la que mis hijas les tomó lo suyo adaptarse. Mar nunca fue conquistada del todo y la soportaba más que aceptarla. A Ana le tomó tres semanas de estar intensa y de berrinches hasta que se dejó atender y la llamo “nani”. Esta chica decidió renunciarme 40 minutos antes de que yo me fuera para el hospital a mi operación de tiroides porque el fin de semana le tocaba trabajar y ella quería ir a un baile. Lo más irónico es que la gente me decía “mejor que te renunció ya a los dos meses porque alguien así te deja plantada en una situación aun peor”. A mí todavía no se me ocurre cual podría ser peor que la de estar por entrar a un quirófano con posibilidades de tener cáncer, pero bueno.
El hecho es que vinieron dos semanas sin nana y un par de chicas a casi de entrar pero no. Llegamos a un punto en que la misma Mar me decía “y bien, mami ¿cuando conseguimos nana?”. El día de la Virgen de Fátima (sí, yo creo en esas cosas) me llegó una chica con la que hasta ahora me va muy bien. Ana desde el primer día le dijo “nana” y se le iba pegada, Mar a las dos semanas ya la busca y juegan. No hay nada como la sed de nana para que se les aflojen las exquisiteces .
Para los fines de semana que vamos a la playa conseguí una chica que venga a echarnos una mano (más que todo con la casa) y de entrada se las presenté a mis hijas como “la nana de la playa” y las dos quedaron de lo más de acuerdo e intercambiaron buen trato desde el inicio.
¿Lo más importante de todo este proceso agotador? Romper con el mito de que la nana es una persona en particular (Fulana o Mengana). Mis hijas ya entendieron que “la nana” es, un puesto de trabajo, la persona que está a cargo de ellas en esos momentos en que mamá no está. Y que será otra, en otro momento.
Por más que quiero que, además de respetarla y aceptarla, le tomen cariño –ya que de eso va a depender que su relación sea buena y no quieran estar encima de cuello todo el tiempo- me parece igualmente importante que ese cariño no se trasforme en apego. Las niñas, y yo, debemos ver a “la nana” por lo que es: una persona que trabaja con nosotros… mientras dure…